Siempre armar el Belén ha sido un día especial en mi familia. Cogíamos las cajas de cartón, roídas y recompuestas, del altillo. Llenas de polvo, las abríamos y empezábamos a contrastar con alegría el paso del tiempo sobre aquellas figuritas de plástico. El establo, obra de mi padre, es una auténtica viguería de madera y corcho natural. Como todo lo que él hace.
Con el tiempo y los cambios de localización, aquella costumbre se hizo un poco diferente. De tal forma que cuando llegamos a Murcia, Mari y yo no teníamos ni Belén ni ningún adorno navideño en nuestro recién estrenado pisito de solteros.
Al paso de los años, hemos ido comprando figuras artesanas de belenistas murcianos (creo que el que tenemos es de Griñán), y así poco a poco, fuimos formando el que hoy es nuestro humilde misterio.
Esta mañana mi Carmen y yo, ayudados de lejos por su madre, vigilante en todo momento de lo que nos traíamos entre manos, hemos logrado un año más, desempolvar esas cajas y observar con asombro cada una de las figuritas. Carmen en un ay, con cada una de ellas que íbamos sacando de su plástico y su corcho blanco protector.
Ha sido muy bonito el ver cómo esas tradiciones van pasando a las generaciones venideras.