jueves, 2 de abril de 2009

Una película de Ben-Hur


En homenaje a los misioneros salesianos,
que cada día que pasa, se dejan la piel a tiras
en los sitios más recónditos de este planeta.
Este relato que hoy os pongo está basado
en hechos reales, pero los nombres son invención así como la ciudad donde se desarrolla.
Va por ellos.


El Land-Rover pasó a toda mecha por la curva de aquella sabana, levantando una polvareda seca que ascendía hasta el cielo azul.

- Vaya sorpresa le daremos a los críos, MonPère - exclamó con entusiasmo el joven Julián.
- Pues sí. Y no sólo eso. Según me dijeron, en las cajas hay también polvorones de Estepa. No veas la que vamos a formar, comiendo polvorones en el Congo - reía Manolo, dando botes en el asiento con los baches del camino.

En su interior los salesianos Julián Pérez y Manolo López, madrileño y jiennense, se disponían a cruzar las aldeas periféricas de Goma, una ciudad del Este de la República Democrática del Congo.

Caía la tarde ya sobre Goma, cuando llegaron a La Misión, ante la mirada aburrida de los cascos azules de la ONU que vigilaban la entrada y salidad de la ciudad.

Una nave con muros frágiles de ladrillo y un techo de uralita, constituían el núcleo central de aquella Misión Salesiana. Igual servía de capilla, que de teatro o para resguardarse en los días -escasos- de lluvia. En los muros, según qué lado, se adivinaban balazos de recientes trifulcas y ataques enloquecidos contra todo y contra todos. Muy de moda en Congo. La otra parte, era una edificación más pequeña pero más moderna, que servía de casa para los cuatro salesianos y un cocinero que formaban la Misión de San Domenico Savio.

Al entrar por la calle principal de la ciudad, una legión de críos de entre dos y dieciocho años, se avalanzaron sobre el vehículo. Manolo tocaba el claxon, lo que divertía mucho a aquellos negros zumbones. Angelitos negros.

Poco a poco y con ayuda de aquella tropa eufórica comenzaron a bajar del coche cajas y cajas que habían ido a recoger a la oficina de correo. Las cajas venían de Andalucía, generosas donaciones ofertadas por antiguos alumnos y ciudadanos conmovidos.

Y en una de las cajas, la sorpresa. Una tele con DVD. Algo impensable para aquellos desheredados, olvidados de Dios. Todos los críos se acercaban y tocaban aquella pantalla de plasma con sus sucios dedos. También las moscas se unieron al festín y revoloteaban contentas alrededor de la misma.

- Habrá que hacer algo esta noche, Manolo - confesó Julián, completamente revolucionado por la sorpresa que había despertado en los niños, la existencia de un aparato plano con cables.
- ¡Mira esto! - decía distraído Manolo, mientras abría una de las últimas cajas. Era una versión de Ben-Hur, edición dorada, para coleccionistas. Venía en DVD y estaba sin abrir. El típico coleccionable de los domingos.

Dicho y hecho. Tras la cena (el que pudiera) y la oración, Manolo puso en marcha la motocicleta modelo Vespino R9, a la que conectó el generador de electricidad. Meses antes, los grupos de maï-maï (guerrilleros locales organizados como brigadas paramilitares de autodefensa), destrozaron el tendido eléctrico y con ello, las posibilidades de tener electricidad para "ocio" quedaron absolutamente reducidas al generador y a la motoVespa.

La tele se pudo conectar y un regimiento de unos ochenta críos se dispusieron alrededor. Los más pequeños, de uno y dos años primero, y los mayorcitos detrás.

Todos aquellos seres quedaron absolutamente maravillados con la sintonía de inicio de la película, pero como estaba en castellano, a la media hora se empezaron a escuchar ronquidos (de los más pequeños fundamentalmente) y una hora después, el 95% de la población del Congo residente en la Misión Salesiana de Goma, estaban dormidos.

Lo mejor aún estaba por llegar. A una hora prudente (sin ver el final y la carrera de cuádrigas), los salesianos creyeron conveniente apagar el invento y las madres se dispusieron a llevarse a sus críos. Pero claro, no había luz y encima todos eran negros. Pasó como otra hora entre que las madres se agachaban a intentar identificar a sus hijos dormidos, en el albero de tierra y piedras de aquel bendio cine de verano improvisado.

Mientras todos iban a casa, como banda sonora, de fondo, se escuchaban algunos tiros aislados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

aunque no mucha gente te escribe,se que si hay mucha,mucha que te lee
animo¡¡