domingo, 30 de noviembre de 2008

Los Sapos (Tercera y última parte)


Y por fin llegó la noche en que Manolo y yo jugamos una partida a la escoba. En el verano de 1999, una noche en que no había ningún motivo para ir a los chiringuitos y a los bares de copas de la zona, nos refugiamos en una partida de carta, una guitarra y unos pelotazos (en Cádiz, pelotazo es el sinónimo de "chorro", "cubatazo", etc).


De repente, Manolo, sacó de no sé dónde, un sapo disecado que le había regalado una tía suya en un viaje a Perú. El sapo, bastante bien conservado, por cierto, se convirtió en un pasajero más de aquel tren que partió aquella noche hacia el país del cachondeo y la música. Bautizamos al animal como Platón.


Ya llevábamos Manolo y yo dándole vueltas a la posibilidad de hacer algo de música diferente. Con Octubre cantábamos siempre los mismos temas y nosotros necesitábamos, queríamos hacer más versiones de El Último y de Manolo García. Y nos planteamos crear un grupo. Así, se lo comunicamos al resto del grupo que más o menos lo aceptó. Isa, Juan Carlos y Pepe fueron los primeros grandes seguidores de este nuevo grupo y así nos lo demostraron viajando y estando con nosotros en muchísimos conciertos.

En el coche de Isra, un Ford Fiesta que hizo muchos kilómetros, con unos caretos que vaya vaya...

Y empezó el grupo. Manolo y yo creíamos que faltaba alguien en el grupo. Alguien que musicalmente le gustara lo que queríamos hacer. Y ese, sin lugar a dudas, era Isra. Ya éramos 3. Perfecto. La guitarra, la percusión y la voz. Así fue como empezamos a ensayar en casa de Isra, mayoritariamente, y empezamos a utilizar temas que el bueno de Pepe nos escribía para que Manolo le sacara una buena música.




El nombre del grupo, fue bastante fácil de recordar. Platón, el sapo disecado, nos lo ofreció a cambio de nada. Fue un intercambio bastante generoso. Nosotros le dimos un nombre y él nos lo dio a nosotros. LOS SAPOS.


No recuerdo bien cuál fue el primer concierto. Pero sí recuerdo que en el Memphis tuvimos gran éxito. El Memphis es el típico pub de jueves y viernes noche, con billar, máquinas, mesas y sillas. Allí fuimos una noche y al final de la actuación el dueño nos pasó un papel que ponía "si queréis, anunciaros para la semana que viene" y así una y otra y otra semana estuvimos llenando el Memphis (con amigos, fundamentalmente) y pasándolo bien. Y de paso, ganando algo de dinero, que de estudiante, no venía nada mal. Recuerdo como viniendo de Algar (un pueblo de la Sierra de Cádiz), parábamos en pleno campo para, con las luces del coche apagadas, ver la estrellas en el cielo más estrellado que os podáis imaginar.


De un concierto casi siempre salía otro para cantar en el Yogui, en San Fernando, en Algar, en Arcos (ante mil quinientas personas en las carpas de verano), en Marbella, en Sevilla, en Chiclana, en Ubrique, en El Bosque y no recuerdo qué sitios más, si es que los hubo.



Como siempre en el Memphis, nuestro lugar de conciertos más multitudinarios...ante nuestros amigos (yo siempre llevaba ese atril por delante porque se me olvidaban todas, TODAS, las letras de las canciones)



Fue una época muy feliz porque la música nos unió a los tres durante mucho tiempo, sin forzarnos a estar juntos. Cada uno tenía (y tiene) su vida, somos amigos, pero la música es la piedra angular, la piedra cuadrá, frente a la que nos reunimos.


Gracias Manolo y gracias a Isra, por compartir estos años. Los Sapos no se separaron ni dejaron de cantar ni nada por el estilo. Simplemente al venirme a Murcia, no encontramos el momento para cantar y, de momento, estamos en un período vacacional, que en cualquier momento se puede romper, para volver a juntarnos.


Espero que no se os haya hecho pesado este triple relato pero necesitaba que estas ideas quedaran escritas y, de paso, enseñaros las canciones cantábamos.


Ahí van alguna de ellas.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Los Sapos (Segunda Parte)


Bien, ayer dije que yo en algún momento de mi existencia toqué un instrumento en la famosísima y prestigiosa orquesta del Festival de la Canción de los Salesianos de Cádiz.

Pues ese año que empecé a formar parte de la misma, lo hice tocando la percusión y haciendo segundas voces. Al año siguiente, Isra, el batería, dejó de efectuar su misión y me enseñó (con gran pericia por su parte) a tocar (aporrear, más bien) los pellejos y platos que conforman ese extraño instrumento. Y no se me dio mal, porque ese año y el siguiente seguí tocando este instrumento.

En ese festival, que se celebraba un fin de semana en agosto, nos conocimos mucho varias personas. Entablamos una buena relación Pepe, Juan Carlos Mata, Isa del Río y por parte de la orquesta, Manolo, Isra y yo. Los seis, cuando acabó el festival de 1998, decidimos seguir quedando para cantar, en las tardes de los viernes y sábados.

Una de las sesiones fotográficas en la playa de la Victoria de lo que serían LOS SAPOS

Y llegó el día. Llegó el día en que nos llamaron para cantar en un pub que hay en Cádiz, llamado "Albanta Club". Es un sitio, para que os hagais una idea, muy pequeño y muy largo. El ancho del local eran 3-4 personas. Y allí cantamos una tarde de sábado. Llenamos el local con los amigos y nos pagaron no recuerdo, pero algo testimonial. Decidimos que aquellas reuniones musicales deberían proseguir y dar algún fruto. Así, buscamos un nombre. Algo que nos gustara, y que nos definiera a todos. Por aquel entonces ya Manolo Otero y yo habíamos compuesto (Manolo la música y yo la letra) el tema Octubre. Y a la gente le gustó aquel nombre. Así que se quedó el grupo con el nombre. ¿El siguiente concierto? La semana siguiente al Albanta Club. Inauguramos un pub llamado Yogui, en honor al oso de los dibujos animados. También fue un éxito. A la gente le gustaba la fórmula. Cantábamos Pepe, Isa, Juan Carlos y yo, pero cada uno sólo. No cantamos ninguna canción en grupo. Era como un compendio de cantautores que se agrupaban bajo el mismo nombre.

Por cierto, a petición de Paul Spleen y Gades27, aquí os dejo la canción que dio nombre a aquel primer grupo, engendro de lo que serían LOS SAPOS. Mañana continuaré.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Los Sapos (Primera Parte)


Siempre me ha gustado la música. En mi casa, de siempre, hubo un radiocasette muy antiguo en el que los domingos por la mañana, mientras comíamos churros, mi padre ponía sus cintas de música o de carnavales (Raza mora, Quince Piedras, Rancho Grande...). Por supuesto, durante sus labores de casa, mi madre ha canturreado siempre. Copla española, por supuesto. Y mi hermano, para colmo de males, es corista. En Carnaval. ¿Y mi hermana? Pues hoy, debo citarla porque si no, no me va a dirigir la palabra más. Pues recuerdo que mi hermana fue la única valiente que se atrevió a aprender a tocar la guitarra. Y lo consiguió.


¿Y yo? Pues yo, de verlos a todos ellos, algo se me pegó.


La primera vez que canté en público, fue en un campamento de los Salesianos. El tema, en concreto, no pegaba nada a un recién adolescente. Era de La Mandrágora. La ovejita lucera. En fin, un cachondeo. Pero la gente lo pasó bien y yo me reí muchísimo. En aquel mismo campamento interpreté, con más seriedad, una canción de Hilario Camacho. "Al final" se titulaba. Y gané el primer premio de aquel minifestival de campamento.


Ese mismo verano, creo que con 15 ó 16 años, me pasé por el Teatro de los Salesianos de Cádiz. Era una tarde de agosto, calurosa, antes de ir a la playa fui a saludar a unos amigos que ensayaban porque formaban parte de la orquesta del Festival de la Canción que se organiza todos los veranos en Cádiz, en los Salesianos.


Pues bien, creo que fue Isra Cacheiro o Diego Calvo (que también habían ido al campamento), los que me animaron a participar en aquella edición del Festival, con el tema que ganó en el campamento. Aquella tarde me pareció broma y ni pensé más en ello. Pero en los días siguientes valoré la posibilidad de que orquestaran la canción (era bonita, sonaba bien) y cantarla con aquellos amigos en la orquesta, a los que tanto envidiaba (yo no sabía tocar ningún instrumento).


Y canté. Llegó el día y recuerdo que interpreté toda la canción muy tímido, con una mano en el micro y la otra detrás, en la espalda. Cuando veo la foto, me echo a temblar. Camisa de cuadros, pantalón vaquero, peinado con un lengüetazo de vaca...


El primer año que canté. Manita atrás y peinado con la raya. De la orquesta, ni hablamos...



No gané un premio. Pero la experiencia me gustó y aluciné con los focos ahí en el escenario que no dejaban ver nada. Tan sólo escuchaba mi voz, a lo lejos, amortiguada por el eco que reverberaba en el patio del colegio.

El año de "Mar Antiguo". Los chalecos estaban de moda.

Aquel año, participé. Y al siguiente, también. Canté "Una espina" de Antonio Flores. Y al otro, también. Canté "Mar Antiguo" de El Último de la Fila. Este grupo, desde aquel entonces, se convirtió en mi referente musical para toda la vida. Sus canciones desprenden ese alma mora y gitana que tenemos en el Sur. Con esta canción gané un accésit. Y para aquel entonces ya conocía bastante a la gente que militaba en la Orquesta del Festival. Les conocía tanto, y tan amigos éramos, que me propusieron formar parte de aquella. ¿Y yo qué tocaría o qué haría en la orquesta? Os lo cuento mañana.

sábado, 22 de noviembre de 2008

El Ángel Custodio

Todos, de niño, alguna vez, hemos oído hablar del Ángel Custodio. A lo mejor no como tal, sino como el Ángel de la Guarda. En la película "Camino" (ya mencionada en otro post anteriormente), aparece bajo la forma de un joven ángel atormentado y débil. Nada más lejos de la realidad, cuando de chico, todos hemos imaginado un ángel robusto, inteligente y sereno a nuestro lado, guiándonos por el buen camino y apartándonos de los peligros.

Lo jodido del tema es que no todo el mundo nació con el Custodio (bonito nombre) a cuestas. Al que no lo sepa, le invito a que se venga un diíta conmigo al hospital, y verá lo importante que es tener un Custodio a tu vera. Un ser que, cada vez estoy más convencido, es visible y palpable. Un ser que pasa noches en vela al lado de los críos, vigilando sus constantes, escuchando atentamente bombas de infusión, lavándolos y peinándolos. Un ángel que, sin tener alas, hace que todos los niños cuando le escuchan, vuelen fuera del hospital.

No puedo dejar de hablar del Custodio, porque en mi familia hubo uno, literalmente, que fue Ángel risueño y agradable.

Anteayer, se celebraba el Día Mundial de los Derechos del Niño.

Y no olvidemos, que aunque en España andemos muy preocupados con la ley del cachete, en medio mundo, los niños son una mierda. Una basura. Un perro vale más que un niño. Los niños cosen balones, en el mejor de los casos.


Pero en el fondo de la cuestión, me parece, los niños siguen siendo un asunto que a muy pocos importan. A veces, en muchos casos (más de los que me pensaba), ni siquiera a sus padres. Ni a los políticos (tan sólo si los niños, o sus padres, mejor dicho, les dan votos). Por eso me hace gracia, cuando hablan muchos de "los niños son el futuro". De eso nada, son el presente. Desde ya. Y necesitan muchos Ángeles CUSTODIOS que se partan el alma y el corazón por ellos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La Calle Nueva

Hoy me vienen a la memoria, recuerdos de tiempos pasados. Tiempos en los que las mayores alegrías de uno, se las llevaba con las notas de los Salesianos, tres veces al año, y con los fines de semana, cuando mis padres me acercaban (a mí y a mis hermanos) a Cádiz. Pero a Cádiz, al casco antiguo. A Cádiz, Cádiz.

Uno de esos destinos de sábado-tarde, era la casa de mi tía Inés y mi tío Custodio. En la Calle Nueva.

La calle Nueva, en una foto antigua

Hubo una época, antes de mi venida al mundo, en que mis padres y hermanos vivieron en la calle Nueva. Una calle maravillosa. Con mucha vida. Semana Santa y Carnavales pasan por esa calle como si nada. Año tras año. Como os decía, allí vivieron mis padres y hermanos y en el piso de arriba (o en el de abajo, no recuerdo bien), vivían mi tío Custodio y mi tía Inés, además de la madre de esta última. Y, cómo no, mis tres primas: María José, Inma y Yolanda. No habría "posts" para hablar de los recuerdos que se me vienen. La de cuentos e historias de miedo que me han contado mis primas. "Mariquilla Hurahura, que te comiste mis asaduras". La de paseos y regalos que me ha hecho mi prima Inma. Además de mi primer viaje en tren a, nada más y nada menos, El Puerto de Santa María.


En la playa, un domingo cualquiera, de izquierda a derecha, mis primas Yolanda, Inma y María José junto a un chiquillo jovencísimo con una gorra un montón de rara, que no es otro que mi hermano Chano

Mi madre, siempre me cuenta que cuando mi tío enfermó, yo hablaba (con cuatro añitos) de que sería médico para hacerle un gran trasplante de corazón. Ahora recuerdo a mi tío con su oxígeno en casa, y riéndose con aquellas ocurrencias.


En la azotea de la Calle Nueva, no sé quién es quién, tan sólo veo a mi madre, que está a la derecha del todo, de pie

Aquellos pisos, casas grandes y de altos techos, se transformaron con el paso de los años en edificios de oficinas. Pero, el otro día, cuando estuve en Cádiz y pasé por la Calle Nueva, vinieron a mí, muchos recuerdos, todos agradables de ese pedacito de mi vida que yo viví. Puedo decir que con ellas, más que primos hermanos, hemos sido hermanos y primos. ¡Quién pudiera volver atrás para aspirar la fragancia de aquellos tiempos! Y, de paso, a mi tía Inés a ver si me acerco a verla pronto, porque estoy más perdido que el barco del arroz. Iré, tita, iré.

martes, 18 de noviembre de 2008

La libertad

Cádiz, cuna de la libertad. Cádiz, cuna de la gracia. Cádiz, cuna de... la alegría, mismo. Cádiz tiene tantas cunas que parece Prenatal. Decía una chirigota este año pasado. Y por eso de tener tantas cunas "esto es Cádiz y aquí hay que mamar", dicen los chovinistas gaditanos (yo, uno de ellos, pero de la corriente moderada).

Pues bien, amigos míos, me pregunto qué debe sentir alguien en una cárcel. Sin poder dar un paseo por la playa. Y qué sentirá alguien que no puede salir de casa, por una enfermedad, o por la soledad, o por lo que sea. Y qué sentirá alguien en un hospital, 24 horas al día, durante un año entero, por ejemplo.

Cuántas cárceles nos rodean, amigos míos. Cuánta libertad encadenada. Y no me quiero poner filosófico. Sólo me vengo a referir al hecho de que el individuo más famoso en España, por sus crímenes y su huelga de hambre, esté por ahí tan tranquilamente campando. Me ofusco pensando en todo esto.



Igual que un niño que no puede ver la calle durante meses, igual que el pájaro que vive toda su vida agustito en su jaula, igual que el preso que roba una gallina y le caen una panzada de años en chirona, igual que la ama de casa que tiene que sufrir al marido borracho y baboso. Igual que todo eso, me siento cuando veo que hay gente que no tiene la suerte de vivir la vida a pulso. De andar campechanamente por la calle y no dar explicaciones. Esa libertad es la que hace grande nuestra democracia, que sin duda, debería ser un sistema político puesto a disposición del bienestar de los ciudadanos. Pero esta joven democracia que tenemos, tiene sus vacíos y por supuesto el del chaval este que ha asesinado a nosecuántas personas y que anda tomándose tapitas y cervezas por Belfast, es un vacío, un boquete bien gordo. Algo que se nos escapa en nuestro sistema judicial o político o como quiera que sea.

La libertad la merecen muchos. La merecemos todos al nacer, pero hay que ganársela. Con dignidad y esfuerzo. He dicho.

domingo, 16 de noviembre de 2008

De vuelta

Pues ya estoy aquí otra vez, en Murcia.
Ya volví ayer de Madrid, con ganas de trabajar, después de una semana de curso en el Doce de Octubre.
Han sido unos días de mucha intensidad (empezábamos a las 8 de la mañana y acabábamos a las 8 de la tarde), pero, al final he aprendido mucho y además me lo he pasado muy bien.
El viernes por la noche, fui al teatro. La Cubana está en la Gran Vía, en el Teatro Compac y representaba "Cómeme el coco, negro". Nos reimos muchísimo . De paso, darle las gracias a Juani por su hospitalidad y desearle que aprenda mucho en estos meses de rotación que va a estar en La Paz.
Y poco más que contar. Así que esta semana ya os iré escribiendo más cosillas, en cuanto encuentre algo más de tiempo.


viernes, 14 de noviembre de 2008

El metro

El metro de Madrid es un sitio que tiene mil olores. Mil vistas. Mil situaciones diferentes. Uno es capaz de ver a un músico tocando la trompeta dentro de un vagón. Junto a una chica hipermegaarreglada. Junto a un tipo con rastas que se estudia un tomo de Leyes. Junto a un chino con coleta que escucha música. Junto a mí.

Una ciudad por debajo de otra ciudad. La de arriba, hoy, soleada y azul. La de abajo, siempre, oscura y con luz de fluorescente. En la de arriba hay un caos de humo y semáforos. En la de abajo, un caos humano al entrar y salir de cada estación, de cada vagón.

Me gusta ese momento en que la gente se arremolina entorno a la puerta del vagón para salir y todas las miradas se concentran en el botoncito verde que sólo funciona cuando el tren se halla completamente parado. Es como un "¿le doy yo o le das tú?". Unos segundos sin darle al botoncito verde, puede significar la pérdida de mucho tiempo. Y con ello, no llegar bien al trabajo. Y perder el trabajo. O perder una cita. O perder un tren. O un avión.




Para los que no vivimos el día a día de estas ciudades, afortunada y desgraciadamente, resulta curioso ver las caras de aburrimiento, las caras de sueño, las risas, las lágrimas, la cabezadita, la borrachera, el beso, todo lo que se puede ver dentro de un vagón de tren a varios metros bajo tierra. Y, cómo no, esos artistas desconocidos, simpáticos, que cantan, tocan la guitarra, el banjo, los timbales o lo que sea, en cualquier estación.
Hoy, para acabar, he visto algo que me ha dejado curiosamente impactado. Pero ha sido en la superficie, bajo el cielo azul. Al pasar por Cuzco, en un paso de peatones, mientras el semáforo está en rojo para los astros del volante, un fulano, se planta en medio de la calzada y se pone a hacer malabares con tres pepinos de esos para hacer malabares. Pongamos, de nuevo, que hablo de Madrid.

martes, 11 de noviembre de 2008

Pongamos que hablo de Madrid

Mis queridos lectores. No sé si cuando leais esto estaré en Madrid. Me voy hasta el sábado para poder aprender a hacer broncoscopias en niños.
Pues nada, lo típico, el crío que se mete pipas en la boca y se ríe a la vez. La pipa se le va por el otro lado (como se suele decir) y ya la tenemos armada. Se crea una situación potencialmente grave (incluso letal, si no se actua a tiempo). Hay que hacerle una broncoscopia para extraer la pipa. Consiste en meter un tubito que ventila (oxigena) al niño y a través de él podemos meter una pequeña cámara con unas pinzas para extraer el cuerpo extraño que se aloje en el árbol bronquial.
Algo parecido a esto: (se extrae un cacahuete)



Y, de paso, pues a andar por Madrid durante unos días, que siempre es agradable. Es bonito pasear por la Gran Vía mirando escaparates o carteles de cine o musicales. Caminar por el Paseo del Prado, tomar un café en cualquier lado o una tapa en Montera (al lado de las señoritas de vida disipada). En fin, Madrid es Madrid. Tendrá sus cosas que no nos gustan, pero es una ciudad abierta a todo el que le llega, extraño.
Espero poder escribiros algo esta semana si encuentro un ordenador a mano, pero si no, cuidaros todos mucho y nos vemos prontito.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La Leyenda de Kung Fu

El romancero de carnaval que sacaremos mi amigo Sergio y yo este año, tratará sobre la vida de Kung Fu. Gran serie de los ochenta.
En el romancero hablaremos de la vida "gaditana" de Kung Fu y cómo emigró hacia tierras chinas, atraído por la carne de gato.
Aquí os dejo la cabecera de aquella grandiosa serie. Lo que muchos no saben son las palabras que Kung Fu decía antes de tatuarse los dos dragones a fuego vivo sobre los antebrazos. ¿Quereis saber lo que decía David Carradine? Aquí lo tenéis: "más vale pájaro en mano, que pene de oso panda en ano".

sábado, 8 de noviembre de 2008

El Rayo McQueen

Tiene sólo 3 años. Quiere ir corriendo a todos lados. Y el pasado jueves tuvo la mala suerte de que una valla de hierro se tropezó en su camino. Resultado: dos heridas en el mentón. Que traducido resulta, la típica herida de todas las guardias. Todos los niños nos caemos igual y nos solemos hacer las mismas heridas. No cambia.

Pues Iván, con sólo 3 años, se tumbó en la camilla, llorando por supuesto, y llamando a su madre, que estaba esperando fuera. Yo, que estaba de guardia, dispuse el equipo estéril sobre la mesa. Lo necesario para suturar las dos heridas: un porta, unas pinzas, unas tijeras, un Vicryl de seis ceros. Mientras iba preparando mi material, le hablaba a Iván y le dije que fuera pensando en un regalito para cuando acabáramos de curarle. Él siguió y siguió llorando.

Infiltré la anestesia en los bordes de la herida y más hilillos de sangre, brotaron de forma secuencial. Más gritos y más llantos. Y la misma cantinela. Ve pensando en algún regalo que quieras para cuando acabemos. La cosa es mantener la mente ocupada.

Al final, las dos heridas suturadas, unos steri-strips cubriéndolas e incorporamos a nuestro pequeño paciente de la camilla para devolverlo a sus padres.

De pronto, el llanto cesó. La cara del niño se tornó del rojo congestivo al color más sereno, los ojos siempre llorosos, pero ya no había señales de dolor ni de rabia. Lo cogí en brazos, y con una improvisación genial, me acercó las dos manos a mi oído, mientras me susurraba en un lenguaje ininteligible algo que yo interpreté como un calificativo tipo "tonto", "malo", de un niño de 3 años hacia la persona que le había hecho sufrir durante unos minutos.

- "No te entiendo, Iván", le respondí, mientras me reía nervioso, con esa risilla del que no tiene hijos y no sabe qué cojones te está diciendo un crío tan pequeño.

Otra vez las manos a mi oreja, y el susurrante ruído que volvía a no comprender, pero esta vez estaba seguro que no era ningún adjetivo calificativo. Demasiado largo el comentario para serlo.

Pero allí se encontraba una compañera, enfermera y madre, que con su sentido de la audición, muchísimo más fino y entrenado que el mío, me supo decir:

- "Creo que está diciendo no se qué de un Rayo McQueen" - me dijo riéndose.

Un Rayo McQueen. La primera vez que escuchaba ese nombre. ¿Qué es un Rayo McQueen? Porque imagino que no tendrá nada que ver con Fredie Mercury ni con el equipo de fútbol de Vallecas. Por supuesto, las enfermeras y auxiliares de Urgencias, madres y con instinto de conocer los dibujos animados del momento, me informaron que el Rayo McQueen es el coche protagonista de una película de animación. Yo la había visto anunciada en trailers y demás, pero no sabía el nombre de ese gracioso coche rojo.


Ahhhhh, ya entiendo. Mi querido amigo y paciente, Iván, había soportado estoicamente aquel dolor, a pesar de sus llantos, para al final, recoger su premio. Eso lo había entendido perfectamente. Ya había pensado en el regalo que recogería cuando acabáramos de curarle. El Rayo McQueen. Los niños son geniales.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Johnny Smith

[A continuación, hago una adaptación propia de la novela de Stephen King, La zona muerta]

Johnny Smith era un buen profesor. Lo hubiera seguido siendo de no haber ocurrido aquel accidente la noche en que sacó a pasear a Sarah.
Aquella noche, Johnny dejó a Sarah en la puerta de su casa, tras haber pasado por la feria del pueblo, y haberle sacado los colores al dueño de la Ruleta de la Fortuna. En veinte minutos apostando, dejó en bancarrota dicho puesto. Johnny se dio cuenta entonces de su valioso don para la clarividencia.
Pero aquella noche, el taxi que le llevaba hasta su casa, tras dejar a Sarah, sufrió un aparatoso accidente. Resultado: tres muertos y uno en coma. ¿Quién estaba en coma? Johnny.
Así se pasó cuatro años y medio de su vida. Un joven de veintitrés años que despertó del coma (cuando nadie, ni siquiera sus padres, lo esperaba), a los veintisiete.
Cuando despertó de su coma, sufrió otras tantas operaciones, para alargar ligamentos y mucha, mucha rehabilitación.
Y entonces, apareció su don.
El doctor, neurólogo, Sam Wizack le estrechó un día la mano, dándole la bienvenida al mundo de los mortales, y entonces ambos percibieron algo raro. El doctor, una pequeña descarga eléctrica. Johnny, unos segundos en los que toda la vida del doctor Sam Wizack pasó por delante de sus narices. Fue capaz de saber dónde se hallaba su madre (supuestamente desaparecida durante la Segunda Guerra Mundial), viviendo actualmente.
Por alguna razón, había palabras que, tras el coma, no podía recordar. Decía entonces que se situaban en "La zona muerta". Una zona, donde Johnny no encontraba significados y asociaciones. Pero podía saberlo todo de alguien, con sólo tocarle la mano.
Peligroso don. Pronto la multitud se hizo eco y empezaron a llamarlo y a mandarle objetos inanimados de la más diversa procedencia para que Johnny encontrara el paradero desconocido de sus poseedores.
En aquella época estaban de elecciones, como ahora, en los Estados Unidos. Y Johnny fue a ver uno de los mítines de un tipejo de New Hampshire, llamado Greg Stillson. Durante el típico paseíllo de los políticos saludando y repartiendo flores, Stillson le dio la mano a Johnny. El terror se apoderó de los dos. De Stillson, por la pequeña descarga. De Johnny, porque vio que el hombre que tenía ante sí, iba a ser el Pesidente de los Estados Unidos de América y llevaría a su país y al mundo entero, a una guerra nuclear terrible, destrozando todo aquello por lo que los humanos habían luchado durante siglos. Entonces, desde la zona muerta, brotó la idea preconcebida como una vocación llovida del cielo de lo que Johnny debía hacer. Debería matar al futuro Presidente de los Estados Unidos.

Me ha gustado mucho la novela de Stephen King, y por eso hoy me he atrevido a usurparla. A contárosla, porque no se me ocurría nada mejor que contar. Y porque viene al pelo con el flamante nuevo Presidente. Y aunque no queramos mirar más allá de Nuestro Querido Presidente de España, Barack, en parte, decidirá sobre muchas cosas que nos afectarán a todos. Eso es así. Siempre ha sido así, desde hace mucho tiempo.
Ojalá pudiésemos ser como Johnny Smith y ver qué tal será el mundo después de Obama.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Granada

Jardín yo soy que la belleza adorna:
sabrá mi ser si mi hermosura miras.
Por Mohamed, mi rey, a par me pongo
de lo más noble que será y ha sido.

(Poema de la Sala de Dos Hermanas, La Alhambra, Granada)



¡Qué bien se está en Granada! Archiconocidísimo tópico. Pero no deja de asombrarme una y mil veces esta ciudad.
Tengo tres ciudades en mi escaso conocimiento geográfico, por las que siento plena emoción y que tan sólo el hecho de pasear por sus fisionomía urbana, hacen que tenga una sensación de felicidad enorme. Por orden de importancia: Cádiz, París y Granada.
Cádiz, porque es mi casa, mis familia, mis amigos, el mar.
París, por su embrujo y su mil sitios por conocer.
Granada, ay Granada. Agua oculta que llora.

No puedo dejar de citar a personas que han hecho que esta visita sea más agradable aún. La primera, Mari. Chano y Ainhoa, que nos animaron a ir este fin de semana. Los aborígenes Manolo y Maru, que nos han enseñado buenos bares y una batería electrónica que va a dar mucho que hablar. A Paco, por llevarnos al partido del Granada-Cádiz (y dejarnos los asientos de abonado de su padre).

Hemos podido pasear por el Albaicín, tranquilamente, sin prisas ni horarios.
He visitado la Alhambra, unos quince años después (la primera y única vez, fue con los Salesianos: viaje de fin de curso de 8º de EGB, creo).

He vuelto a probar la costumbre, de gran categoría, que supone ponerte una tapita con cada cerveza.

En fin, hemos disfrutado. Tanto nos gusta Granada a los gaditanos, que hasta empatamos el partido con el equipo local, para mayor fraternidad.