jueves, 9 de octubre de 2008

La soledad del cirujano

Hay un hecho que ayer me llamó muchísimo la atención. Se llama Nena. El grupo, Nena Daconte. Pero ella se llamó May Meneses. Y no se comió una rosca en la primera edición del programa Operación Triunfo. Aquella en la que los Bisbales y las Rosas y las Chenoas hicieron perder la cabeza a más de uno y una (¿verdad Mari?).

Pues ayer mismo, escuché una canción de esta Nena Daconte que, al parecer, va por su segundo disco grabado. Y con cierto éxito. La canción me gustó mucho. Tenía tanto que darte.

Esta chica, no sé lo que pensaría cuando acabó aquella edición de OT. Probablemente le diera el bajón de ser de las primeras expulsadas y que al final del concurso nadie se acordara de su nombre salvo por ser la primera en abandonar la academia. Después de casi 10 años, currando y currando, ha logrado entrar en el mercado español con, ya lo he dicho, cierto éxito y canciones agradables. Pero no soy yo un crítico musical, ni esto los 40 principales.

Me vengo a referir al poder del compromiso. A la fuerza de voluntad y a las ganas.

En esta vida, descrita por algunos como una corriente cuesta abajo, en la que somos simples hojas de árbol, que nos arrastramos y chocamos, hay que tener muchos huevos para ir a contracorriente. Eso que musicalmente le ha ocurrido a Nena Daconte, puede traspolarse a casi cualquier situación de la vida.

Los cirujanos, en nuestra vida, estamos respaldados por una cierta sensación de corporativismo, completamente falsa, a veces. Son pocas las personas que le respaldan a uno, cuando es verdaderamente necesario. Pero uno no puede abandonar la academia. No puede decir, pues será que esto no es lo mío. Será que los demás son mejores. No.




Uno debe ser como la gota de agua, que gota a gota, va haciendo un boquete en la piedra. Esa soledad no es negativa. Ni todo lo contrario. Esa soledad es el precio justo que pagamos por llegar de verdad, de corazón, al corazón de nuestros pacientes. Llevándoles todo nuestro armamento terapéutico y sentimental. A veces, también será, la soledad no es más que el resultado de las envidias que despertamos.

La soledad no debe desanimarnos. No debemos cesar en nuestro empeño. Ignaz Semmelweis fue un incomprendido. Sus colegas y amigos se alejaron de él, creyéndolo un loco. Él murió en un asilo, presa, probablemente, del Alzheimer. Murió sólo. Y todo, por sus creencias. Por sus ganas de hacer el bien. Por afirmar que las infecciones quirúrgicas se podían prevenir. Simplemente, lavándose las manos antes de operar. Y al final, le dieron la razón.



Ignacio Felipe Semmelweis

4 comentarios:

Anónimo dijo...

como siempre,me ha gustado mucho tu post,solo una pega,may meneses es de la 2ª edicion de OT,no de la primera
y al igual que bisbal,chenoa.....el esfuerzo,la dedicacion,sacrificio...tiene su recompensa como en CUALQUIER trabajo
dicen que la soledad es mala,estoy de acuerdo,pero tambien ayuda a conocerse a si mismo y a disfrutar de las pequeñas cosas desde el silencio,la tranquilidad
yo,por suerte,te tengo a ti(aunque esos dias de guardia.....no lo llevo muy bien siempre)

GADES27

PD.pon una foto de minijavi¡¡

José Antonio dijo...

Ese anónimo de antes no lo es tanto ¿no?, jeje.

En mi opinión, la soledad no es cosa de cirujanos, es cosa de humanos.

Ni cirujanos, ni enfermeras, ni Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, ni el Bombero Torero se libra sentirse solo e incomprendido en su vida laboral y en su vida en general. Lo grande de todo esto es sentirse solo estando acompañado, que es lo que suele pasar.

¿Has leído el Médico de Noah Gordon?, me parece que tiene esa sensación de superación y soledad que comentas.

Un arbazo, tetramorfoooooo

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu símil de la vida como hojas flotando en el rio y chocando unas con otras, ¿dónde he oído yo eso antes?, las hojas en el rio deben de seguir su camino, nunca es recto, van chocando, rebotando, a veces se atoran en alguna rama pero luego de un rato siguen su camino y al final llegan al mar, a su destino. Pero las hojas deben ser inteligentes, blandas para rebotar bien y saber en qué dirección hacerlo. Si son muy rígidas, con cada choque se agrietarán un poco y al final se partirán en mil trocitos; si rebotan en la dirección equivocada pueden atorarse en un recodo del rio fuera de la corriente principal que quedarse allí para siempre. A veces una hoja precavida, que tras muchos choques se ha hecho frágil, busca una ramita, se engancha a ella durante un rato, descansa de la corriente, de los choques, se hidrata, asquiere la humedad, la elasticidad necesaria y recupera fuerzas antes de lanzarse a la corriente en busca del siguiente choque. La verdad es que las hojas, como algunos cirujanos, tienen a veces la vida algo complicada. Un consejo: se elástico, rebota bien y llegarás al mar. Yo por ahora voy a tomarme un descanso en una ramita.

Anónimo dijo...

... si sigues poniendo referencias de "el siglo de los cirujanos" te pego un trompazo. Si te gusta, lo relees. Si alguien quiere ahondar, que se lo compre.