En amarillo, el caminito que hemos seguido
Pero las vistas han merecido la pena.
Al bajar a la cala, completamente desierta, por supuesto (quién, en su sano juicio, va a bajar allí para bañarse, to los días...), nos hemos ex-playado (nunca mejor dicho) con su momento para bañarse, salpicar, bucear y comer.
Y luego, a subir otra vez toda la cuesta. Me río yo del Angliru, ese. No veas qué desnivel, Maribel. Pero hemos llegado sanos y salvos.
Ya en un pueblecito de Cartagena, nuestra guía María José, nos ha llevado a uno de esos bares, bares. Me refiero a que si estuviera ese bar, en medio del desierto de Arizona, probablemente Quentin Tarantino lo habría usado como espacio para asesinar a media docena de chinos o algo así. Este bar, forma parte de la España profunda, profundísima. Y se llama (así me ha dicho María José): El Guarro. A simple vista, no hay letreritos ni nada por el estilo. Sólo un anuncio de Tabacos. Y ya está.
Tiene ese toque (parecido al Manteca, muy, muy, muy de lejos, vamos, nada que ver), de carteles taurinos y estanterías atiborradas de botellas. No hay cubiertos. No hay platos. Todo se sirve en papel de estraza.
Pero, si me preguntáis, el porqué de llamarle El Guarro al sitio éste, sólo os puedo decir una cosa. Se dice (son rumores) que cuando pedías una tostada de manteca colorá, te la untaban con el dedo. En fin, la excursión mu bonita.
2 comentarios:
Por ahí, por ahí, no he estado, aunque me conozco ese monte. Hay que ver lo que he padecido yo por esa zona. De eso hace ya diez años y quince quilos.
Digno de ver... eso del dedo... xD
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